Tres días después

Wednesday, October 10, 2007 ·


* El lunes fue día de horno encendido, como cuando me deja un hombre llevándose todo lo bueno que recordaba de mí: lasagna de verdura, polenta con espinaca, berengena parmesana y pastel de chocolate. Me reusé a preparar el pan de especias porque eran las diez cuando terminé de maldecir. Contrario a lo que pensaba, esta comida preparada con odio universal no sabía amarga ni le cayó pesada al estómago de nadie.

* Con encono infantil, hago lo que todo niño de 3 haría en este caso: reclamarle a mi mamá. Dios no existe, y si existe, es un hijodeputa, le digo consciente del dolor que estas palabras podrían producirle a una señora de clase media tirando a baja, de zona rural, creyente hasta la médula y que por primera vez en su vida ciudadana se involucró en un proceso electoral de 5.30 am a 8.00 pm porque creía en algo que le arrancaron de las manos a punta de mentiras y represión. Dios siempre está del lado de los ricos insisto sabiendo que le hundo el dedo en la llaga. No, responde ella, dios nos dio la oportunidad de escoger lo que era bueno... él no tiene la culpa de que la gente sea idiota. Nos reímos las dos.

* Leo la hipótesis de El fin del periodismo y otras buenas noticias (lavaca) y pienso que ojalá y este sea el fenómeno al que me enfrento. Lamentablemente, parece que no es así, y que el simple hecho de que en mi sala no haya televisor no mejora en nada la calidad de vida de los demás. Solo la mía.

* Se me desata descomunalmente la misantropía mientras recuerdo una conversación de bar en la que le afirmaba descaradamente a un amigo con cara de terror que yo no creía para nada en la gente de este país. Ni en su poder de decisión. La gente de este país se merece el presidente que tiene y se va a merecer el TLC que le toque. La semana en la que me fui a Los Chiles a trabajar puerta a puerta por el NO, mi amigo se reía de mí y me decía que bueno, que en el fondo yo era una buena persona, y sí crees en los demás. Todavía no lo he visto para decirle que el motor que impulsa mis luchas es la ilusión. Soy una ilusa. Soy capaz de pensar que la gente puede cambiar las cosas. Soy capaz de creer en la gente. Y soy capaz de volver a creer cuando este ataque de misantropía se vaya por el desagüe ante un nuevo acecho de la esperanza a la vuelta de la esquina.