Cuando estoy en la casa de mis padres me entran unas ganas tremendas de escribir sobre cualquier cosa: desde el mangostán espantoso que mi mamá me presenta partido en dos en un plato como la “novedad” exótica de la temporada o la sopa con tiquisques recogidos a mucha honra por mi papá del propio patio, hasta el concurso de karaoke que mis tíos borrachos se arman en una chicharronada dominguera.
Sí, palabras polas de campo que tendrían mucho éxito entre mis amigos aspirantes a hipster: chicharronada, jaibol, pandelote, chinchiví... Nada como volver al barrio a recoger vestigios de una vida que se le está escurriendo a una de las manos y regresar a la monotonía del remedo de ciudad tres días después con las pruebas recogidas en tuppers: pozol de gallina (el de chancho tiene mucha grasa), palitos de queso, bizcocho, picadillo de papa con chorizo y de papaya con carne... Sin duda, los amigos citadinos de esos que tienen una familia de 12 mienbros se te quedan mirando con una rara mezcla de envidia y susto cuando les mostrás las fotos de la fiesta de cumpleaños de tu tío. Montones de carajillos menores de 10 años corriendo de aquí para allá en un salón gigante lleno de mesas y sillas de plástico, ollas descomunales de chicharrón, yuca sancochada, plátano verde, tortillas y ensalada de repollo. Estañones llenos de hielo y botellas de imperial, litros y litros de chivas regal por todas partes, y en el fondo de la sala un “conjunto” conformado por un señor bizco que improvisa sobre pistas programadas en su organeta yamaha y otro que se dedica a cantar canciones de Los Panchos con el mismo tono y esmero de un borracho en el 88. Primos pasados de tragos que gritan hoy las voy a bailar a todas mientras pasan de chica en chica y aún levantan de la silla a las que no se han terminado el vigorón. Muchas palabras con ch, muchos abrazos de gente que no se ve hace tiempo, muchos chiquitos nuevos que el año pasado no eran ni proyecto, maridos y novios recién adquiridos... El cumpleañero ya ha especificado con semanas de antelación que no le interesa los regalos corrientes, ni la ropa, ni perfumes ni nada de eso: lo que quiere es whisky. Si le van a regalar algo, que sea una botella, si no, mejor no se moleste. Un muchacho amigo del agasajado le paga una horita más al conjunto y la fiesta sigue hasta que los vecinos ya están que se los lleva puta y amenazan cortésmente con llamar a la policía. El tono de la fiesta baja y de un carro sale el televisor de 10mil pulgadas y un karaoke de alta tecnología mp3 que consiste en un micrófono con control remoto incorporado, dos cables y un librito con lista de 2mil canciones a cual más chafa. Las tías que se tomaron más de un trago de cerveza están envalentonadas y se desgalillan al ritmo de Amanda Miguel y Lupita D´Alessio; las tías más jóvenes cantan una y otra vez amor a la mejicana al lado de las primas más viejas, y todas las mujeres coinciden en quejarse de que en lista tan grandota no esté cosas del amor, la que cantaban Vikki Carr y Ana Gabriel... Los tíos hasta el rabo prefieren las rancheras y uno que otro más diestro se manda con Camilo Sesto o Leo Dan. No sé a qué hora se acaba la fiesta porque ya estoy borracha y alguien me ofrece llevarme a la casa.